Después de su exitoso paso por el West End londinense, el Broadway neoyorquino y otras muchas ciudades, ha llegado al teatro Alcalá de Madrid el musical Billy Elliot, una excelente adaptación a los escenarios, de la película homónima y Opera prima del director Stephen Daldry, sobre un guion de Lee Hall. El musical cuenta con la letra del mismo guionista de la película Lee Hall, y con la música de Elton John.
La trama se desarrolla
durante la huelga de los mineros en los años 1984 y 1985 en la Inglaterra de
Margaret Thatcher. La política de reajuste económico de la “Dama de Hierro”
produjo el cierre de muchas empresas y las principales minas de carbón del norte
de Inglaterra, provocando un profundo drama en muchas familias y originando un grave
conflicto social. Pero el drama y los períodos de crisis, ya sean personales o
no, han sido siempre una fuente inagotable para las artes como lo son la
literatura, la música o el cine, como ocurre en este caso. Billy Elliot, no fue
el único ejemplo inspirado dentro de este período del Tacherismo, sino que fue
otra muestra del buen hacer de algunos realizadores, como lo fueron Mark Herman
con Tocando al viento, en (1996) y Peter Cattaneo con Full Monty
en (1997). Pero si bien en esta última, el paro obligó a la parodia, los otros
dos films tenían en común el cierre de la mina y la música. En la película de
Herman, (Tocando Al Viento) la música
será un escape, un motivo que permite a los mineros mantener la dignidad;
mientras, en Billy Elliot la música forma parte de los sueños de un niño
y de su deseo irrefrenable de bailar.
La madre ausente, la falta de
recursos económicos, el fracaso de los adultos y la fuerza de la costumbre que
obliga a seguir los mismos pasos de aquellos que le precedieron, envuelven el
mundo de Billy. Pero esa realidad, puede impedir a un niño de 11 años realizar
sus sueños, pero no arrebatárselos. Por eso, cuando Billy baila, se siente libre,
su cuerpo se transforma y se vuelve ligero y el espacio en el que se mueve
adquiere otra dimensión. Sin embargo, los diferentes intereses de los adultos,
sus frustraciones y sus fracasos se convertirán en una presión insoportable
para el mundo infantil de Billy, que Stephen Daldry mostró con maestría en la
película y que han sido transmitidos con el mismo acierto y emoción al
escenario del musical. Así, mientras los adultos discuten sobre su futuro, Billy
baila desesperadamente en un espacio minúsculo e inmundo hasta que sus propios
pasos de baile le arrastren por toda la ciudad. En este sentido, Billy
Elliot, trata de personas que no deciden sobre su futuro, cuyo horizonte
se ha visto circunscrito al reducido entorno en el que lograr su sustento y que
no han tenido razones para ir más allá “donde no había minas”, pero que son
gentes luchadoras, sensibles a los sentimientos de los demás y portadoras de
una profunda solidaridad.
No resulta dada
fácil adaptar los distintos ambientes en los que se desarrolla la película de Billy
Elliot: la casa, la mina, el gimnasio o las pruebas de admisión para el
Royal Ballet a un solo escenario teatral y, sin embargo, la puesta en escena es
auténticamente genial. Además, la realización de una obra de estas características
que combina la participación de bailarines, actores y cantantes, niños y
adultos es un auténtico reto, debido a la corta edad de muchos de los participantes.
Gracias por asumir el riesgo y muchas felicidades por el resultado.
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